La leyenda de la calle del Pou
La leyenda sitúa en la actual calle Pou de la Figuera un famoso hostal por la calidad y lo barato de sus platos de carne
Entrada del callejón del Pou de la Figuera, en el barrio de la Ribera, Barcelona. / JOAN SÁNCHEZ
Son dos viejos caserones de la calle Pou de la Figuera, que entre
tantas fincas modernas que los rodean parecen vivir un tanto
apoquinados, entre la irreconocible calle de Serra Xic y los jardines
conocidos popularmente como el Forat de la Vergonya. Solo con echar un
vistazo, el transeúnte percibe en este lugar las huellas de aquellos
“esponjamientos” que se llevaron por delante tantas casas antiguas, y
tantos vecindarios de toda la vida. Aquí la cosa empezó con un PERI
—Plan Especial de Reforma Interior— que tenía que restaurar un barrio
histórico, y terminó con una colección de bloques de apartamentos
nuevos. Aunque de manera totalmente inesperada, tras violentos
enfrentamientos con la Guardia Urbana los vecinos consiguieron ganar
esta plaza pública, único espacio verde de su barrio. Intuyo que en
aquel mismo proceso debieron salvarse estas casas y el pequeño callejón
que hay entre ellas, protagonistas de una leyenda urbana sobre un
barbero asesino, un fondista ambicioso y un mendigo justiciero.
Nos interesa fijarnos justamente en el estrecho corredor que sale de
Pou de la Figuera, administrativamente su número 14. Según parece,
antiguamente se había llamado de Massada o Massades, pero ahora tiene la
misma placa que la calle con la que se cruza. La conseja popular quiere
que en este mismo terreno hubo un hostal, en el que tuvo lugar un
episodio sangriento. La historia tiene un parecido considerable con Sweeney Todd
que fue folletín por entregas, obra de teatro, musical de Stephen
Sondheim, y película de Tim Burton. El argumento se repite en diversas
narraciones europeas, como la decimonónica El pastelero de carne humana y
el barbero asesino, que situaba la acción en el París del siglo XV. Una
trama que también se encuentra en Espill o Llibre de les dones de Jaume
Roig, que lo situaba en la misma ciudad y siglo. En Roig no estaba el
barbero, pero ya se sugerían todos los temas principales, desde la venta
de pastelillos de carne, hasta el mecanismo que abría una trampilla por
la que caían las víctimas camino del horno. Incluso coincidía con el
personaje femenino (en Sweeney Todd la señorita Lovett), que aquí era
una posadera parisina y sus hijas. Finalmente las detenían cuando un
cliente encontraba un dedo dentro de un pastel, Según este autor, “de
las tripas hacían salchichas y longanizas, las más ricas y finas del
mundo entero”, y en una fosa “honda como un pozo, metían los huesos
descarnados, las piernas y las cabezas”.
Este tipo de historias se insertan en las narraciones de “hosterías
rojas”, que recuerdan el canibalismo ocasional practicado en el
continente europeo en momentos de grandes hambrunas. En estos cuentos se
habla de un hospedero que roba y asesina a sus clientes, y después
cocina su carne para sus ignorantes comensales. No deja de ser una
variante del ogro de Hansel y Gretel que recuerda los años de la Alta
Edad Media, “cuando los fuertes devoraban a los débiles, los
descuartizaban, los asaban y se los comían”, en terrorífica descripción
del monje medieval Raoul Gabler.
La versión barcelonesa cuenta que existía un famoso hostal en la
calle del Pou de la Figuera, conocido por la calidad y lo barato de sus
platos de carne. La clientela no lo sabía, pero el secreto de aquel
delicioso sabor estaba en la materia prima. Según Joan Amades (uno de
los que recogió esta leyenda), “la carne humana tiene un sabor muy
delicado, superior a cualquier otra”. El hostal compartía finca con una
barbería, y ambos empresarios se habían asociado. El barbero se
encargaba de elegir a las víctimas entre sus clientes más
desfavorecidos, aquellos de los que nadie fuese a notar su desaparición;
les degollaba y lanzaba sus cuerpos a un sótano, donde el hostelero los
troceaba y cocinaba.
Todo iba a pedir de boca, hasta que el barbero tuvo la mala idea de
invitar a un afeitado a un vagabundo que pasaba por la calle. El buen
hombre aceptó de buen grado, pero un mal presentimiento le tuvo alerta.
Cuando el fígaro iba a darle su tonsura mortal, el mendigo detuvo el
tajo. Forcejearon y el criminal cayó por la trampilla, siendo
escabechado y estofado por su cómplice que no lo reconoció. El
trotamundos pudo escapar y alertó a la policía. Fruto de aquella
denuncia, el fondista fue ejecutado y el hostal derribado para borrar su
memoria. Y de aquella demolición surgió este callejón sin salida.
articulo del EL PAIS . http://ccaa.elpais.com/ccaa/2015/08/25/catalunya/1440528461_771891.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario