Joan de Canyamars
el payés hirió con un puñal al rey Fernando el Católico en la plaza del Rey de Barcelona en 1942.
Joan de Canyamars un payés de remensa. En la versión oficial del atentado enviada a las autoridades castellanas se menciona explícitamente el hecho de que Canyamars actuó en
solitario, señalando su estado de perturbación mental como el motivo que
le llevó a intentar el regicidio; éste fue también el móvil que se
reflejó en las informaciones que manejaron los consejeros catalanes, en la correspondencia privada que la reina Isabel mantuvo con su confesor Hernando de Talavera,en las crónicas que en la misma época del atentado dejaron escritas Pedro Mártir de Anglería, Gonzalo Fernández de Oviedo,Lucio Marineo Sículo,Lorenzo Galíndez de Carvajal o Pere Miquel Carbonell, y en las que posteriormente redactaron Pedro Barrantes Maldonado, Alonso de Santa Cruz, Alonso Fernández de Madrid,Jerónimo Zurita, Pere Joan Comes, Juan de Mariana, Pedro de Medina,Juan de Ferreras,Esteban de Garibay,Narcís Feliu de la Penya, William H. Prescott o Víctor Balaguer.
Sin embargo, ya en el siglo XX, algunos autores sugirieron otras interpretaciones, apuntando lo irregular de que siendo demente Cañamares hubiera podido heredar los bienes de su padre en 1491o de que hubiera sido considerado legalmente responsable de sus actos; algunos consideraron su actitud una consecuencia del descontento de los remensas con su situación social, a la que el rey Fernando había intentado infructuosamente dar solución con la sentencia de Guadalupe de 1486, y aun hubo quien lo calificó como «un patriota que se sentía intérprete de la voluntad popular».
Tras completar la conquista de Granada, a mediados de 1492 los reyes católicos Fernando e Isabel habían viajado acompañados de sus hijos a la ciudad de Barcelona para negociar con los embajadores de Carlos VIII de Francia la devolución del Rosellón y la Cerdaña, que en el tratado de Bayona de 1462 habían sido cedidos por Juan II de Aragón a Luis XI de Francia a cambio de su apoyo en la Guerra Civil Catalana.
El golpe fue amortiguado por el collar rígido del jubón y por una gruesa cadena de oro que el rey llevaba al cuello. La herida, aunque sangraba abundantemente, no pareció ser de gravedad en un primer momento: los cirujanos hallaron rota la clavícula, retirando parte del hueso astillado, limpiándola del pelo que había entrado en ella y cerrándola con siete puntos de sutura.5 Posteriormente, el día 14, el rey recayó con fiebre alta que hizo temer por su vida, restableciéndose completamente a finales de año.
Tras el atentado la confusión se extendió por la ciudad: en un primer momento se barajó la teoría de que el agresor fuera moro de que el ataque hubiera sido dirigido contra otro miembro de la comitiva real, alcanzando al rey accidentalmente.7La posibilidad de que se tratase de una sublevación llevó a la reina a disponer que las galeras castellanas se arrimasen a puerto para poder embarcar rápidamente en ellas al heredero y a las infantas. Las informaciones que circularon sobre la muerte del rey agravaron todavía más el desorden: la población, armada, tomó las calles clamando venganza contra el autor del ataque, a quien distintos rumores suponían catalán, navarro, francés o castellano, hasta confluir frente al palacio, donde el rey convaleciente hubo de asomarse a la ventana para desmentir su propia muerte y tranquilizar a la muchedumbre.
Con el fin de comprobar si había actuado en solitario o formaba parte de alguna conspiración, Juan de Cañamares fue curado de sus heridas e interrogado bajo tormento; durante el suplicio confesó que había actuado por inspiración del Espíritu Santo, que veinte años antes le había revelado que el verdadero rey era él, diciendo después que le había incitado el demonio;según su declaración, cuando el rey hubiera muerto, el propio Cañamares ocuparía el trono en su lugar.
Convencido de su estado de demencia, el rey le perdonó, pero el Consejo Real le condenó a muerte por el delito de lesa majestad.Ya condenado el día 12 , le pasearon en carro, semidesnudo y en la plaza del Blat, el verdugo le cortó una mano; en la del Born, la otra y murió al momento, en la plaza Sant Jaume le cortó la nariz, le sesgó un muslo y le sacó un ojo. En la plaza Nova le cortó una pierna, en la plaza Santa Anna, la otra pierna.
La comitiva siguió por la calle Sant Pere, dónde descuartizaron lo que quedaba. Sacaron el carro con los restos fuera de la ciudad y quemaron lo poco que quedaba de él, aunque «ahogáronle primero por clemencia y misericordia de la Reyna».
«Le cortaron la mano derecha con quelo fizo e los pies conque vino a lo fazer, e sacaronle los ojos con quelo vido e el corazon con quelo penso.»7
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