Muerte en directo
El espectáculo de las ejecuciones públicas.En la antigüedad Barcelona disponía de infinidad de horcas para ejecutar a los condenados a muerte distribuidas por toda la ciudad.

Cervantes hizo pasar a Don Quijote por las horcas de Creu Coberta en su visita a Barcelona y de ellas dijo:
-No tienes de qué tener miedo, porque estos pies y piernas que tientas y no vees, sin duda son de algunos forajidos y bandoleros que en estos árboles están ahorcados; que por aquí los suele ahorcar la justicia cuando los coge, de veinte en veinte y de treinta en treinta; por donde me doy a entender que debo de estar cerca de Barcelona.
Pues bien, durante muchos años en el pla de Palau estuvo instalada una horca donde ahorcaban a los ajusticiados después de arrastrarlos a caballo por toda la ciudad, golpeándolos y mutilándolos por el camino.
Era practica habitual en la época este tipo de barbaridades, lo mas normal era cortarle las manos y en algún caso quemarlas ante los ojos del condenado siempre acompañado por un barbero cirujano para cuidar de que no muriese antes de ser colgado.
EL CANYET
Era una zona del Poblenou cercana a la llacuna y al actual cementerio del Poblenou.
Un lugar frecuentado por alimañas de todo tipo y condición en busca de despojos humanos, Los despojos de los ejecutados que allí se arrojaban dejados a la misma suerte que tuvieron en vida. En ese mismo lugar la inquisición quemaba en la hoguera a herejes, sodomitas y pobres desgraciados que renegaban de Cristo.
Era un lugar putrefacto junto a una laguna, la Llacuna, fétida e insalubre. Una especie de inframundo en la tierra, un averno pestilente donde reinaba la sinrazón. El hedor a muerte del Canyet era insoportable y según como soplara el viento, el mal olor podía llegar hasta la ciudad. La expresión “Irse al cañyet” aun se utiliza después de tantos años. Irse al Canyet significa que uno va a morirse.

Sin embargo, ya en el siglo XX, algunos autores sugirieron otras interpretaciones, apuntando lo irregular de que siendo demente Cañamares hubiera podido heredar los bienes de su padre en 1491o de que hubiera sido considerado legalmente responsable de sus actos; algunos consideraron su actitud una consecuencia del descontento de los remensas con su situación social, a la que el rey Fernando había intentado infructuosamente dar solución con la sentencia de Guadalupe de 1486, y aun hubo quien lo calificó como «un patriota que se sentía intérprete de la voluntad popular».
Tras completar la conquista de Granada, a mediados de 1492 los reyes católicos Fernando e Isabel habían viajado acompañados de sus hijos a la ciudad de Barcelona para negociar con los embajadores de Carlos VIII de Francia la devolución del Rosellón y la Cerdaña, que en el tratado de Bayona de 1462 habían sido cedidos por Juan II de Aragón a Luis XI de Francia a cambio de su apoyo en la Guerra Civil Catalana.

Escalinatas del Palacio Real, donde tuvo lugar el episodio.
El golpe fue amortiguado por el collar rígido del jubón y por una gruesa cadena de oro que el rey llevaba al cuello. La herida, aunque sangraba abundantemente, no pareció ser de gravedad en un primer momento: los cirujanos hallaron rota la clavícula, retirando parte del hueso astillado, limpiándola del pelo que había entrado en ella y cerrándola con siete puntos de sutura.5 Posteriormente, el día 14, el rey recayó con fiebre alta que hizo temer por su vida, restableciéndose completamente a finales de año.
Tras el atentado la confusión se extendió por la ciudad: en un primer momento se barajó la teoría de que el agresor fuera moro de que el ataque hubiera sido dirigido contra otro miembro de la comitiva real, alcanzando al rey accidentalmente.7La posibilidad de que se tratase de una sublevación llevó a la reina a disponer que las galeras castellanas se arrimasen a puerto para poder embarcar rápidamente en ellas al heredero y a las infantas. Las informaciones que circularon sobre la muerte del rey agravaron todavía más el desorden: la población, armada, tomó las calles clamando venganza contra el autor del ataque, a quien distintos rumores suponían catalán, navarro, francés o castellano, hasta confluir frente al palacio, donde el rey convaleciente hubo de asomarse a la ventana para desmentir su propia muerte y tranquilizar a la muchedumbre.
Con el fin de comprobar si había actuado en solitario o formaba parte de alguna conspiración, Juan de Cañamares fue curado de sus heridas e interrogado bajo tormento; durante el suplicio confesó que había actuado por inspiración del Espíritu Santo, que veinte años antes le había revelado que el verdadero rey era él, diciendo después que le había incitado el demonio;según su declaración, cuando el rey hubiera muerto, el propio Cañamares ocuparía el trono en su lugar.
Convencido de su estado de demencia, el rey le perdonó, pero el Consejo Real le condenó a muerte por el delito de lesa majestad.Ya condenado el día 12 , le pasearon en carro, semidesnudo y en la plaza del Blat, el verdugo le cortó una mano; en la del Born, la otra y murió al momento, en la plaza Sant Jaume le cortó la nariz, le sesgó un muslo y le sacó un ojo. En la plaza Nova le cortó una pierna, en la plaza Santa Anna, la otra pierna.
La comitiva siguió por la calle Sant Pere, dónde descuartizaron lo que quedaba. Sacaron el carro con los restos fuera de la ciudad y quemaron lo poco que quedaba de él, aunque «ahogáronle primero por clemencia y misericordia de la Reyna».
«Le cortaron la mano derecha con quelo fizo e los pies conque vino a lo fazer, e sacaronle los ojos con quelo vido e el corazon con quelo penso.»7

Retrato del rey Fernando por Michel Sittow (finales del s. XV). En el lado izquierdo del cuello se aprecia la cicatriz de la herida.

Las ejecuciones públicas eran una especie de obra de teatro en la que el maestro de ceremonias era el verdugo. Todo estaba programado para ofrecer el espectáculo más horrendo que alguien se pueda imaginar para que sirviese de ejemplo a la ciudadanía.
Era costumbre llevar a niños para que viesen las ejecuciones y les daban un capón justo cuando mataban al reo para que jamás se le olvidase y le sirviera de ejemplo.
Cuando el reo era condenado a “Cruelísima Muerte” era paseado encima de un carro atado a un poste donde el verdugo ejercía sus malas artes dependiendo de la condena del preso. Que iba desde el descuartizamiento en vida a las torturas más salvajes con alicates calentadas al rojo vivo donde se les arrancaban trozos de carne.

Todo esto era en la justicia civil, en la religiosa la cosa cambiaba.
Los tribunales de la Santa Inquisición tenían otro tipo de ejecuciones y otra manera de hacer las cosas. La más común era la de quemar vivos en la hoguera instalada fuera de la muralla, más o menos donde ahora está el Gran Teatro del Liceo. Los herejes vestidos con el San Benito eran atados a un poste y quemados vivos al igual que a los sodomitas y a las personas que practicaban sexo con gente de otras religiones.
Los Verdugos
Solían vestir de negro pero en Barcelona en algunas épocas lo hacían de amarillo de pies a cabeza. En las posadas no se les servía si no era en su propio baso que siempre llevaba encima, en el mercado no podía tocar la comida con las manos y los sastres no les atendían para no tocar con sus manos un ser tan despreciable.
Vivía en una casa aislada del resto de ciudadanos pegada a la muralla.
En época de pleno apogeo de la Santa Inquisición el verdugo vivía delante del tribunal de la inquisición en la plaza del Rey, en la casa más estrecha de la ciudad. Hoy en día es parte del museo de historia de la ciudad.


Los religiosos repartidos por las diferentes cofradías desde el siglo XIV se dedicaban a asistir espiritualmente a los ajusticiados.
La cofradía de Los Desamparados hacía procesiones hasta las horcas instaladas lejos de la ciudad para recoger los huesos. Se encargaban de recogerlos para llevarlos a la plaza de Sant Josep Oriol y enterrarlos en sagrada sepultura.
A la procesión de Los Huesos podían asistir todas las personas que quisiesen pero solo los cofrades y los huérfanos podían salir de las murallas. A su paso, las puertas y ventanas de las casas se cerraban y los vecinos dedicaban oraciones a los muertos.
La cofradía de la Purísima Sang de Nostre Senyor Jesucrist, tenía su sede en el edificio ubicado en la calle Cardenal Casañas con la plaza del Pi. En la actualidad aun existe el edificio justo enfrente de la iglesia de Santa Maria del Pi


La última ejecución pública en las calles de Barcelona tuvo lugar en el Pati de Corders de la prisión de la Reina Amalia el 15 de junio de 1897.
Silvestre Luis fue ejecutado a Garrote Vil después de haberse declarado culpable del asesinato de su mujer y sus dos hijas. La prisión de la Reina Amalia y el patio donde se trenzaban las cuerdas para la horca fueron destruidos por los anarquistas en los comienzos de la guerra civil.
Las ejecuciones siguieron practicándose en el interior de las prisiones hasta que se abolió la pena de muerte en España.
Los últimos ejecutados a garrote vil fueron Salvador Puig Antich, miembro del MIL y George Michael Welzel, delincuente comúm, el 2 de marzo de 1974 a las 9:30 horas de la mañana y a las 9:40 respectivamente.


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